Los integrantes de la dársena: Valeria Ali, Matías Moscardi, Ana Porrúa, Juan Cegarra y Andrés Gallina.
Febrero, 1923
Munich
19.
Nada en que asentar las experiencias de un cuerpo-testigo, las pesadas
20.
El cuerpo, puro objeto de examen, se aquieta hasta ser solución fisiológica
24.
Nada en que asentar. Las tramas óseas y la manía de quien no se consume
ascensores. Lo equis en la estela refulgente que lo llama. Anni 1895 para
casa-laboratorio. Sin ninguna guía para el tiempo de exposición correcto,
una silla con el soporte de la película en posición. Así, predijo el uso de la
Y hágase mi voluntad*.
____________
* Roentgen, por voluntad testamentaria, hizo destruir todos sus archivos.
Ana Porrúa, el chenque (Mar del Plata, dársena3, colección “El pez de plata”, diciembre de 2005).
(14)
acá no hay garzas. acá no hay línea rosada (salvo en la tarde
como incrustación del cielo). acá no hay flamencos. acá no hay,
ni hubo, ni habrá dragones. acá hay martinetas (negro y blanco,
una pluma y otra pluma en contraste camuflado). acá hay maras,
distorsión de la liebre que a su vez es desencanto del conejo. acá
hay piches, corazas. acá hay viento. acá hubo tehuelches. éramos
nosotros.
(15)
acá hubo tehuelches, pieles de guanaco o chulenguitos. capas
pesadas sobre cuerpos desnudos. sólo eso. marrón la piel del
animal, cobre la del tehuelche. azul la del mar. así fue siempre.
(17)
existen los alacranes (inscripción luminosa del peligro en el pozo
de arcilla). existen los ñandúes y sus enormes huevos
blanquecinos, porosos. se cala un extremo. un agujero con forma
de hexágono imperfecto. se diseca para guardar el precioso
tesoro (adentro, un charito muerto, de plumas empapadas).
(19)
acá hay uñas de gato y dientes de león. se chupan el agua. se la
quedan, como los camellos y los dromedarios. hacen hojas
carnosas tubulares y con ángulos. las flores tienen rayos
finísimos, pétalos que parecieran elegir una lógica inadecuada.
esto hay: y la mancha rosa viejo de la mata que se extiende en la
arena de la costa. pero acá hubo una retama, resguardada por la
placa de hormigón. pocos, muy pocos colores rompen el
continuo. se necesita una mirada educada en lo liso. se necesita
un ojo que pueda descansar sin arabesco, que no pida lo que no
hay. que no pretenda.
LES PONEN UN NUMERO
con pintura amarilla
en el pecho, y los cargan.
“Con las manos a la espalda
y los pies, lo que llaman
el avión” y los cargan.
“Con un palo atravesado,
para dar la vuelta al mundo,
mudos y vendados”, y los cargan
“como bolsas de papas”,
de La Perla a Loma del Torito,
donde la hiena espera.
En la línea de fuego pueden hablar,
respiran, “están al resguardo
de sus pares”, dice la hiena,
y los cargan y los llevan.
Son los que activan la campaña,
los muertos en típicos ajustes
o en tiroteos con el orden.
Así como los perros rescatan
pedazos de carne y restos
-“una mandíbula, un suéter azul
de lana que contenía huesos,
cápsulas percutadas de Itaka”-
la hiena colecciona sus recuerdos:
“ordena desatar al más joven,
que se le diera una pala para cavar
una fosa”. Porque habla y respira,
al resguardo, pero está muerto
y por eso lo cargan, lo llevan
a un metro coma ochenta.
En la línea de fuego “los rocían
con gasoil y prenden hisopos”,
“se percibe un olor fuerte,
la combustión de cuerpos
y vestimentas”. Pero la hiena
no ve hombres ni mujeres.
“Usted está muerto”, olfatea.
“Es un muerto que camina”,
al resguardo de sus pares.
Por eso los llevan a la línea
de fuego. “Aquella cayó
por la escalera, éste sale
en el primer Menéndez, usted
opta por suicidarse en la celda”.
Y como el más argentino
“efectúa siempre el disparo”
contra los ciegos, los inválidos,
los que activan con el rezo,
los muertos que lloran y suspiran.
Por eso los cargan, en La Perla,
y los llevan, desatan al más joven,
el muerto que activa con volantes
de La Perla en la empresa provincial
hasta caer “encogido por el fuego,
con un tiro de Itaka en la cabeza”
a un metro coma ochenta.
“Nos dicen ustedes están muertos,
son muertos que caminan
en la línea de fuego”. Por eso
los cargan en La Perla y los llevan:
“atados y vendados en el borde
de la fosa que ellos mismos cavan
se les pega un tiro de Itaka”.
“LO VAMOS A CUIDAR BIEN”
dijeron los dioses de fajina
identificados por las armas,
al llevarse al hombre
por ser el mayor, o el enfermo:
en el nombre del padre y del hijo.
Y apenas traspone la puerta
pierde su casa, su nombre,
nadie lo conoce, amén:
en el lugar donde lo cuidan bien
tener nombre está prohibido
y están prohibidos los efectos
personales. “Que se saque todo,
le dicen, ahora nada hace falta,
por fin ha dejado de sufrir”.
Los argentinos de fajina
son todo para él: en el nombre
del padre, del hijo y del espíritu
“me dicen que debía olvidar
quién era, a partir de ese momento
tendría número, ningún nombre,
para mí el mundo terminaba
a partir de ese momento
en Campo de Mayo”, amén.
“No se preocupe”, decían los hombres
de la justicia argentina, “nada
le pasará a su hijo; y no lo busque,
ya dejó de sufrir, ojalá pueda ir
al cielo”. Porque en las comisarías
no lo tenían, en los juzgados
en las iglesias, en las cárceles
no lo tenían: “en adelante seríamos
un número, nadie se enteraría
de nuestra existencia” por los siglos
de los siglos. Pero “no tener noticias
es tener buenas noticias”. Están
con Dios y la justicia, en un lugar
donde los cuidan, “con médicos
y psicólogos en un plan caritativo
para salvar las inteligencias”.
Pronto el hijo volverá, el mayor,
el más enfermo, pronto dejarán de sufrir
-“me aconsejan no mirar, no había
parte del cuerpo”. Y en el nombre
de Dios: alegría, no tener noticias
son buenas noticias, fajina argentina
en Campo de Mayo: “tener al prisionero
todo el tiempo encapuchado,
sentado todo el tiempo sin respaldo
en el suelo con la prohibición
todo el tiempo de hablar o moverse”
-tampoco girar la cabeza,
“teníamos número, ningún nombre,
el mundo terminaba ahí”. No mirar,
aconsejaban, por el padre el hijo
y el espíritu: “lo vi, desvariaba
en un charco de sangre y orina”.
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