viernes, 23 de mayo de 2008

historial: 2005 II

El 16 de diciembre del 2005 a la noche hubo otra presentación de plaquetas de "El pez de plata". Juan Cegarra habló sobre Ningún nombre de Osvaldo Aguirre, Andrés Gallina sobre el chenque de Ana Porrúa y Matías Moscardi sobre La salud de W. R. de Carlos Ríos. Valeria Ali leyó los poemas de Carlos Ríos que no pudo llegar a la cita.







Valeria Ali y Matías Moscardi (las dos voces de Carlos Ríos esa noche).



El diseño y arte de tapa de el chenque, Ningún nombre y La salud de W. R. estuvieron nuevamente a cargo de Marina Porrúa.

Valeria Ali prepara la mesa de venta.






El Ciudadano se va llenando.











Los integrantes de la dársena: Valeria Ali, Matías Moscardi, Ana Porrúa, Juan Cegarra y Andrés Gallina.


La salud de W. R., Carlos Ríos (Mar del Plata, dársena3, colección "El pez de plata", diciembre de 2005)


La salud de W. R.
Febrero, 1923
Munich


19.

Nada en que asentar las experiencias de un cuerpo-testigo, las pesadas
herramientas dormidas en su cámara, a estas horas un poco más oscura:
reflexión asistida al tipo de imagen que ahora, en un ciego énfasis, nace si
es producida por el chasquido que tantas veces escuchó en la sala de
consulta, el ruido seco de la máquina de rayos. A quien tanto más quiso
escribe con la parquedad de costumbre: querida estarás bien si dejas de
llorar en este instante, ahora, ahorita. No es una carta de amor, no es
testar una propiedad que no existe. Que los que llegan con su trastienda
de saberes sepan aplicarlos a la labor radioterápica. Queda tanto por
hacer... esos sonidos, alta frecuencia para un pájaro en su jaula podrían ser
utilizados, si se dirigen con precisión, hacia la parte del cuerpo o el órgano
en cuestión que hasta la fecha se estuvo examinando, y sin éxito. Hacerlo
a velocidad variable, con la sutil manía desde la que hoy me despido (no es
para siempre, amor) y por la cual sé deslizarme, en emisiones de una
sombra minada por un edificio de intenciones aún mayor. Este dolor que
dobla al medio sitúa los trapos de un percance inicial desde el que fuimos
traídos y cercados por el fohen, unas partículas nucleares cedidas en el
algoritmo para volver (sabemos) a producir, nuevamente, la imagen que
consiste en nuestra exposición. Así querría ingresar, de a dos ante el
Altísimo, y decirle: “soy yo y mi copia en negativo, ahora sin carne, puro
hueso blanco, estela radiográfica, no pesa, puede confundirse y ser un
órgano en las nubes”. Pero Dios no está para bromas, ni sabe de
resonancias magnéticas porque practica otra clase de terapias (véase
resucitación de Lázaro), y éstas nunca le interesaron (muy costosas)
porque ponen en peligro, en nombre de la salud, la vida del paciente y la
del terapista, envuelto como un santo en su chaleco de plomo.


20.

El cuerpo, puro objeto de examen, se aquieta hasta ser solución fisiológica
cuando la transmisión: memento mori donde la radiación atraviesa un cuerpo
de contextura heterogénea, atenuándose si puede en otras formas, y
disponer para sí nueva reversa. De igual modo tenía que pasar algún día:
no puede ser tan malo, después de todo, ser por un rato la imagen
radiante y en latencia frente al bromuro de plata de la película, nacer luego
de una lentísima elaboración y sin saber qué zonas de distintas densidades
se irían produciendo entre el blanco y el azul que confronta tal sección.
Dispersión coherente (Rayleigh) de las estructuras en estudio. Borrosidad
cinética que sólo se produce cuando un objeto se desliza ante la
exposición: tanto dolor en un costado hace posible tal animación donde
se anula, por fallido, cada nuevo procedimiento. Bardo chijai. Ya es el
ingreso: disolución del mundo lógico (y qué era): pústulas del orden en
desorden y pérdida de contacto, pesadez, intensas presiones físicas que ya
no dejarán, por el momento, de actuar mientras la tierra se hunda (es la
visión) en el agua. O en el fluido mental: el negro de la placa radiográfica,
proporcional a la radiación incidente (su densidad). ¿Un aumento en la
densidad física se observaría como una disminución de la densidad
radiográfica? Quí lo sá. Lo que no quita, además, otras dependencias
adicionales en cuanto a la velocidad de la pantalla intensificadora.


24.

Nada en que asentar. Las tramas óseas y la manía de quien no se consume
en el acto de morir, que crece en una espiga de ceniza. Lo equis en un
extintor de fuegos, el gato para automóviles, arranque y el freno de los
ascensores. Lo equis en la estela refulgente que lo llama. Anni 1895 para
que el estudiante construyera su máquina radiográfica en su
casa-laboratorio. Sin ninguna guía para el tiempo de exposición correcto,
guiándose por el desconcierto o la intuición, sentaba al paciente-testigo en
una silla con el soporte de la película en posición. Así, predijo el uso de la
radiografía en odontología, transportando su delicado y pesado equipo
desde Nueva Orleáns (hoy negra y submarina) hasta la linda Asheville. Lo
demás es diagnóstico (historia) y continua, tardía exposición. No se
termina, no se puede terminar.

Y hágase mi voluntad*.
____________
* Roentgen, por voluntad testamentaria, hizo destruir todos sus archivos.




Ana Porrúa, el chenque (Mar del Plata, dársena3, colección “El pez de plata”, diciembre de 2005).

(14)

acá no hay garzas. acá no hay línea rosada (salvo en la tarde
como incrustación del cielo). acá no hay flamencos. acá no hay,
ni hubo, ni habrá dragones. acá hay martinetas (negro y blanco,
una pluma y otra pluma en contraste camuflado). acá hay maras,
distorsión de la liebre que a su vez es desencanto del conejo. acá
hay piches, corazas. acá hay viento. acá hubo tehuelches. éramos
nosotros.


(15)

acá hubo tehuelches, pieles de guanaco o chulenguitos. capas
pesadas sobre cuerpos desnudos. sólo eso. marrón la piel del
animal, cobre la del tehuelche. azul la del mar. así fue siempre.


(17)

existen los alacranes (inscripción luminosa del peligro en el pozo
de arcilla). existen los ñandúes y sus enormes huevos
blanquecinos, porosos. se cala un extremo. un agujero con forma
de hexágono imperfecto. se diseca para guardar el precioso
tesoro (adentro, un charito muerto, de plumas empapadas).


(19)

acá hay uñas de gato y dientes de león. se chupan el agua. se la
quedan, como los camellos y los dromedarios. hacen hojas
carnosas tubulares y con ángulos. las flores tienen rayos
finísimos, pétalos que parecieran elegir una lógica inadecuada.
esto hay: y la mancha rosa viejo de la mata que se extiende en la
arena de la costa. pero acá hubo una retama, resguardada por la
placa de hormigón. pocos, muy pocos colores rompen el
continuo. se necesita una mirada educada en lo liso. se necesita
un ojo que pueda descansar sin arabesco, que no pida lo que no
hay. que no pretenda.















Ana Porrúa y Osvaldo Aguirre.


















Juan Cegarra presenta Ningún nombre de Osvaldo Aguirre.



Osvaldo Aguirre, Ningún nombre (Mar del Plata, dársena3, colección “El pez de plata”, diciembre de 2005)


LES PONEN UN NUMERO

con pintura amarilla
en el pecho, y los cargan.

“Con las manos a la espalda
y los pies, lo que llaman
el avión” y los cargan.

“Con un palo atravesado,
para dar la vuelta al mundo,
mudos y vendados”, y los cargan

“como bolsas de papas”,
de La Perla a Loma del Torito,
donde la hiena espera.

En la línea de fuego pueden hablar,
respiran, “están al resguardo
de sus pares”, dice la hiena,

y los cargan y los llevan.
Son los que activan la campaña,
los muertos en típicos ajustes

o en tiroteos con el orden.
Así como los perros rescatan
pedazos de carne y restos

-“una mandíbula, un suéter azul
de lana que contenía huesos,
cápsulas percutadas de Itaka”-

la hiena colecciona sus recuerdos:
“ordena desatar al más joven,
que se le diera una pala para cavar

una fosa”. Porque habla y respira,
al resguardo, pero está muerto
y por eso lo cargan, lo llevan

a un metro coma ochenta.
En la línea de fuego “los rocían
con gasoil y prenden hisopos”,

“se percibe un olor fuerte,
la combustión de cuerpos
y vestimentas”. Pero la hiena

no ve hombres ni mujeres.
“Usted está muerto”, olfatea.
“Es un muerto que camina”,

al resguardo de sus pares.
Por eso los llevan a la línea
de fuego. “Aquella cayó

por la escalera, éste sale
en el primer Menéndez, usted
opta por suicidarse en la celda”.

Y como el más argentino
“efectúa siempre el disparo”
contra los ciegos, los inválidos,

los que activan con el rezo,
los muertos que lloran y suspiran.
Por eso los cargan, en La Perla,

y los llevan, desatan al más joven,
el muerto que activa con volantes
de La Perla en la empresa provincial

hasta caer “encogido por el fuego,
con un tiro de Itaka en la cabeza”
a un metro coma ochenta.

“Nos dicen ustedes están muertos,
son muertos que caminan
en la línea de fuego”. Por eso

los cargan en La Perla y los llevan:
“atados y vendados en el borde
de la fosa que ellos mismos cavan

se les pega un tiro de Itaka”.



“LO VAMOS A CUIDAR BIEN”

dijeron los dioses de fajina
identificados por las armas,

al llevarse al hombre
por ser el mayor, o el enfermo:
en el nombre del padre y del hijo.

Y apenas traspone la puerta
pierde su casa, su nombre,
nadie lo conoce, amén:

en el lugar donde lo cuidan bien
tener nombre está prohibido
y están prohibidos los efectos

personales. “Que se saque todo,
le dicen, ahora nada hace falta,
por fin ha dejado de sufrir”.

Los argentinos de fajina
son todo para él: en el nombre
del padre, del hijo y del espíritu

“me dicen que debía olvidar
quién era, a partir de ese momento
tendría número, ningún nombre,

para mí el mundo terminaba
a partir de ese momento
en Campo de Mayo”, amén.

“No se preocupe”, decían los hombres
de la justicia argentina, “nada
le pasará a su hijo; y no lo busque,

ya dejó de sufrir, ojalá pueda ir
al cielo”. Porque en las comisarías
no lo tenían, en los juzgados

en las iglesias, en las cárceles
no lo tenían: “en adelante seríamos
un número, nadie se enteraría

de nuestra existencia” por los siglos
de los siglos. Pero “no tener noticias
es tener buenas noticias”. Están

con Dios y la justicia, en un lugar
donde los cuidan, “con médicos
y psicólogos en un plan caritativo

para salvar las inteligencias”.
Pronto el hijo volverá, el mayor,
el más enfermo, pronto dejarán de sufrir

-“me aconsejan no mirar, no había
parte del cuerpo”. Y en el nombre
de Dios: alegría, no tener noticias

son buenas noticias, fajina argentina
en Campo de Mayo: “tener al prisionero
todo el tiempo encapuchado,

sentado todo el tiempo sin respaldo
en el suelo con la prohibición
todo el tiempo de hablar o moverse”

-tampoco girar la cabeza,
“teníamos número, ningún nombre,
el mundo terminaba ahí”. No mirar,

aconsejaban, por el padre el hijo
y el espíritu: “lo vi, desvariaba
en un charco de sangre y orina”.

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